Hace algunos años, el Papa escribió la hermosa carta Admirabile signum, en la cual describe hermosamente el valor y significado del pesebre navideño en el presente de nuestra vida cristiana. Vale la pena volverla a leer en estos días previos a la celebración de la Navidad, ¡y en todo momento!, para recordar cómo la sencillez de algunos signos sacramentales de origen popular pueden ser auténticos instrumentos de evangelización.
Al final de la carta, dice el Santo Padre:
«Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.» AS, 10a
Este llamado de atención del Papa es una advertencia ante los embates de la mundanidad, que tocan todas nuestras prácticas cristianas. La humildad del pesebre, su origen popular y simple, el deseo de San Francisco de representar en él precisamente «la invalidez del niño que fue puesto sobre el heno» es un clamor: ¡no mundanicemos el pesebre!
De todos los signos de la Navidad, el pesebre ha sabido permanecer firme ante las desnaturalizaciones propias de nuestro tiempo. No han tenido la misma suerte otros signos como el árbol o san Nicolás... Aún hoy el pesebre nos habla de un pobre niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Esta visión de la pobreza y humildad del Salvador del mundo, que conecta directamente con la desnudez e ignominia de la cruz, no deben perderse nunca en nuestros pesebres.
¡Oh Jesús!
Enséñanos a contemplar en tus pesebres nuestro propio corazón. Danos un corazón desnudo, despojado de tantas cosas que no permiten que tú entres con humildad y pobreza en nuestra propia miseria. Ven, Jesús a limpiar mi corazón; mi pequeño pesebre. Recuérdanos que ante ti, no valen nuestras máscaras, apariencias y fachadas; Tú sabes que somos heno, establo y aridez. Derrama sobre nosotros tu Espíritu para ser, en el silencio que enmudece toda vanidad, auténticos testigos de tu misericordia, aquella que te hizo anonadarte a nuestra nada... aquella que te hizo carne y nos salvó.
Niño de Belén, danos alegría, humildad, obediencia y fe.
Amén.
December 10, 2022
La palabra hogar tiene una etimología interesante: proviene del latín focus, que hace referencia a un brasero o fuego, que se ubicaba en un lugar principal de la casa en torno al cual se congregaba la familia. El hogar es, pues, esa fuente de luz y calor de una casa familiar. En ella encontramos resguardo de la oscuridad, frío y también de la soledad. La Iglesia, desde antiguo, ha asumido para sí la figura de la casa… más aún: de un hogar. En otras palabras, no es un recinto o ámbito al que uno entra o se afilia, sin más: es una casa animada por un fuego proveniente de Dios. El Papa Francisco llama a la Iglesia «la casa abierta del Padre» (Evangelii Gaudium, 47). Qué implica ver la Ig...
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Espíritu Santo de Dios: Que eres llamado el Dedo de Dios, el Señor y Dador de Vida, Que renuevas la faz de la tierra, haciendo de nuestro barro una nueva creatura, Te pedimos, con toda la Iglesia, que suscites en todo el mundo, con tu fuego, un nuevo Pentecostés. Desciende con poder sobre todos los hombres y mujeres de la tierra, restaurando en cada uno la pureza primitiva, el proyecto original del Padre Dios, para así poder transparentar el brillo del fuego, del amor que enciende todo el universo. Desciende, Santo Espíritu, como fuego purificador y fuente que salta hasta la vida eterna; Ven a apoderarte de cada corazón con la mansedumbre de una paloma, la frescura del viento y la alegría de aquellos que «c...